martes, 7 de junio de 2016

Escrito del 27 de mayo de 2016 a las 7:30 de la mañana, aproximadamente, mientras volaba dirección Bruselas.

Desperdigados cuales migas de pan
sobre la mesa de una venta cualquiera
                        de carretera cualquiera,
me saludan desde el suelo
los pueblos blancos que conforman
la baja Andalucía.

Parecen sonreír con sus limpias casas
de pared en cal.
A sus alrededores se levantan
autopistas y vías de tren
de un gris futurista
que le da cierto toque
anacrónico a la imagen.

Desde aquí arriba
pareciera que el tiempo
no ha pasado por ellos más
que por encima de sus rojos tejados,
y en forma de nube.

Quizá sea cierto y no yerre
mi mirada soberbia.
Quizá lleve razón y sigan
sus perros andando sin correa
por sus calles empedradas.
Tal vez sus habitantes se
reúnan todavía en los soportales
con sus sillas de playa
para darle a la guasa
en modo analógico.

Los veo ahí; me los imagino,
                                        más bien
- mi vista no alcanza a tanto- ajenos a la evolución
de una sociedad que avanza con
paso firme hacia el futuro.
Los imagino ahí, felices
en su ignorancia, sin importarles en
absoluto si de nuevo Pablo
Iglesias ha fundado otro
partido de izquierdas
-no, ése Pablo no, otro nuevo- ni si la
crisis de poder en Venezuela afecta
de tal manera a nuestro país
como para centrar en ella
toda la campaña
política de unas elecciones repetidas.

Me los imagino de pie, esperando
en la carnicería, pensando si
comprar huesos de jamón para el
puchero o algo de pollo para
hacerlo con papas en amarillo.
Sin preocuparse por saber si
el conservante E-420 de su
complemento alimenticio le provocará
cagaleras al día siguiente al mezclarlo con el
acidulante del último refresco
de moda. Es más ¿qué carajo
será el dichoso conservante E-420?

Desperdigados cuales migas de pan
sobre la mesa de una venta cualquiera
                         de carretera cualquiera,
me saludan desde el suelo los felices y
ausentes habitantes de los blancos
pueblos que conforman su
baja Andalucía.

Parecen sonreír con sus mentes llenas
de paz. Alrededor de ellos se
levantan autopistas y vías de tren
de un gris futurista que dota a
la imagen de cierto anacronismo;
y me pregunto yo si es el mundo
que les rodea lo anacrónico, o si
son sus vidas en sencillez,
y la humildad y honradez de sus
miradas, lo que realmente no
concuerda con estos tiempos
que estamos viviendo.

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