lunes, 9 de noviembre de 2015

Octubre

Ha sido octubre un mes aciago para mi estado anímico y niveles de autoconfianza. Mientras veía cómo el mundo giraba a mi alrededor, o más bien cómo giraba conmigo dentro incluido. No, ¡qué coño! Giraba a MI alrededor. Era MI mundo, del que yo soy centro y origen. El que yo veo y me rodea, a mí, a mi persona física y sensorial, el mundo del que yo soy eje central y rotor estático (el punto de origen nunca se mueve). El mundo que ven mis ojos y no los de otros, mi mundo... Bueno, prosigo: mientras veía cómo MI mundo giraba a MI alrededor, observaba con cierta distancia el comportamiento de los seres que pululan en mis confines. De sus relaciones interpersonales, sus acciones y reacciones a ciertas situaciones. Veía cómo influían sus palabras, sus gestos, sus miradas en mi persona, y prestaba atención a su vez mis reacciones y comportamientos conforme a lo que me iba sucediendo. Iba tomando nota de cada paso, cada movimiento, y sorprendiéndome cada vez más. No frente a sus acciones, unas más reprobables o loables que otras, todo hay que decirlo; sino a mis propias acciones. Reprobables todas bajo mi propio punto de vista. Me he visto reflejado en cada acto, en cada hecho, como si de espejos se tratasen y no simples actuaciones intangibles, y no me gustaba lo que veía. Observaba en el reflejo a un monstruo tenaz, perspicaz y desconfiado, celoso en sus fueros más internos. Una bestia de la que no me sentía orgulloso. Un engendro nacido de la más profunda soledad. Desolado ante la imposibilidad de un cambio inminente. Un esperpento caucásico del que no reconocía rasgos más allá de los físicos que me definen. He intenado evadirme, no tomar parte de lo que sucedía en mi vida cotidiana, mantenerme al margen para mantener así lejos a la bestia. Lejos de mí, de mis familiares, de mis amigos y conocidos. Lejos de mis letras. Pero es imposible. Tercera ley de Newton: principio de acción y reacción aplicada al devenir de los días en una persona cualquiera. Bueno, no tan cualquiera: en mi persona. Acción reacción. Y reacción a la reacción, rechazo por ésta. El hundimiento y la desgana. La desidia tirando de mí con sus largos tentáculos, arrastrándome a la más oscura y desesperante abulia.

Mala pinta, ¿eh? Pues bien, resulta que al final no era tan malo el monstruo, no tan grande la bestia, tan feo el engendro. Resulta que las sensaciones que hervían en mi cabeza no eran meras ilusiones, mentiras autosugestionadas. Me he enterado esta mañana al despedir a mi hermano de nuevo. Se vuelve a ir, por menos tiempo esta vez, pero una marcha es una marcha dure el tiempo que dure. Mi hermano. Tan grande. Tan pequeño. Hace dos años que no vive un invierno. Allá donde ha ido, donde fue el año pasado ya, no hay invierno, viven en una eterna primavera. Los que andan enamorados sabrán de lo que hablo. Digo yo, no sé. Se me ha olvidado cómo se sentía en ese estado. Se ha ido, mi hermano. Él ningún invierno, y yo ningún verano. Y a pesar de ello, o quizás por ello, desconfié de mi instinto, no le hice caso, preferí pensar que estaba equivocado, que estaba errando en mi pensar. Que me estaba convirtiendo en una máquina de odiar. En una bestia rencorosa, gris en su semblante, amarillo en la mirada, verde en la palabra y morado en el interior. Algo horroroso. Y no, no era así, no me estaba equivocando. Estaba en lo cierto, y por no haberlo sabido, por no haber actuado como pensaba haber hecho de saber que lo que sentía era real, mi hermano se va con un invierno en el pecho. El único invierno que ha vivido en dos años. Y yo ningún verano.

He de confiar más en mí.
Pregunto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario