miércoles, 23 de julio de 2014

Pidgeons

Tengo la mente hecha un hervidero de palomas
cada una con su mensaje,
pero no todas el mismo destino.

Les sirvo carretera sin manta por la mañana, como desayuno,
y ellas revolotean alegres en señal de agradecimiento.

He de aprender a dejarlas volar en el momento que me lo piden
que luego se me rebelan y me montan huelga de alas.
He de aprender a darles un horario fijo de alimentación.
O no, esto último mejor no: que coman y vuelen a sus anchas.

Esta mañana
al subir a darles de desayunar,
me preguntaron que para qué quiere una república la palabra princesa,
para qué un palacio real,
para qué quiere
un país gobernado por mayoría absoluta
un congreso,
si las decisiones son tomadas unilateralmente
por los de siempre.

Me preguntaron que para qué las armas nucleares
si total,
nadie las va a usar, ¿no?
Porque nadie las va a usar, ¿verdad?

Que de dónde venía ese odio israelí hacia Gaza,
y por qué los medios informativos lo ocultan.
Que cómo justifican la muerte de niños inocentes
(como si los hubiera culpables de una guerra)

Que para qué la felicidad,
si luego nadie sabe qué hacer con ella.

Para qué la libertad,
si no es verdadera.
Si nunca lo es.

El silencio hizo acto de presencia.
¿Cómo pretendo responder
si las palomas son mías,
si las preguntas son mías?

Entonces he bajado a mi despacho
atolondrado
y sin respuestas,
y me he preguntado:
¿para qué las palomas?

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