domingo, 30 de septiembre de 2012

Breathe


Como en una pecera.
Siempre el mismo fluido filtrado una y otra y otra vez.
Siempre la misma agua estancada con olor a sedentarismo.
Y aún así tan sumamente transparente.
Siempre observados por los grandes ojos que te alimentan.
Siempre comida gratuita, insípida y aborrecible comida gratuita.
Y aún así bailamos al son de su recibimiento.
Siempre una luz arriba, intermitente cada 12 horas.
Siempre más moho que oxígeno en las branquias.
Siempre un cómodo lecho de hojas verdes plastificadas que destroza más que moldea espinas dorsales.
Siempre un malsano cariño por darse de bruces contra el cristal.
Una y otra y otra vez.
Siempre la misma temperatura constantemente graduada.
Siempre las mismas corrientes de agua ficticias.
Compañeros nuevos cada mes y medio.
Uno de ellos peleón.

El exterior parece más apacible, más apetecible y libertador.
Pero...¿Cuál es el precio para conseguirlo?
El último que tuvo el placer de conocerlo no nadaba desde hacía dos días.

Una pecera, una pequeña, húmeda y cubicada pecera.
Eso es la vida, una maldita y jodida pecera.

Y yo soy el puto pez que escribe esto desde dentro.

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