sábado, 1 de octubre de 2011

Lápiz, goma y papel, y escribo. Les cambio el color a las letras, y con suerte el significado.
Ardua tarea con un ojo en la puerta y rodeado de números. Números ordenados y extraídos de extractos pintados de rojo.
Suenan llaves y móvil:
- Hola, le llamo por la oferta.
- No, me llamas por el móvil, pero cuénteme ¿qué oferta?
- La de la silla, ¿cuál va a ser?
- ¡Ah, sí! Silla de oficina gastada por los sueños de tempranas mañanas aún sin amanecer. Sin amanecer ni madrugar. No se la recomiendo, ayer la orinó un perro, perro de calle, que no callejero.
Un rápido vistazo afuera, madre e hijo, y cartero: "Buenos días", "Los tuyos..." y sigo con lo mío, con mis planes.
Planes de futuro dibujados sobre planos de una vida aún por estudiar, y presupuestar. Un presupuesto de mil penas y alegrías, financiado a una media de 65 años con intereses personales, oficiales y amorosos, y todo eso sólo por entregar tu primer llanto como señal.
Señales, ingentes cantidades de ellas, que me intentan asustar o quizás avisar: "Usar en caso de incendio".
Y yo, que ya me consumo en llamas, les devuelvo el guiño con la señal ya tatuada en mi pecho: "Sin salida".
Y es que no tengo remedio ni solución. Adviérteme por adelantado de la existencia de un acantilado, y ten por seguro que me lanzo, y de cabeza además, que luego no digan que la perdí hace tiempo. No, desde un primer momento, y hasta el final, la tuve en su sitio. Lo que siempre me tiene perdido viene a razón del corazón, del corazón y su sinrazón. Un corazón que nunca está conmigo, sino allá donde tú estés, contigo, en un futuro ya extinto en el pasado.

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